miércoles, 12 de enero de 2011

El País de los topes.

Por Herberto Rodríguez Regordosa

El Domingo aproveché mis días en Puebla para salir con amigos a un paseo en moto de 180 km en mi Triumph Boneville (¡Súper!). Por supuesto que la idea de un paseo de esta naturaleza es la de disfrutar el contacto con el viento, la velocidad (pero responsable), el paisaje y la ingeniería de las motocicletas que se siente en su conducción; pero después de cuatro horas y de un buen dolor de piernas, el recuerdo que me quedó fue el de 84 topes que tuve que sortear en el trayecto de ida y vuelta Puebla-Atlixco-Jantetelco, todo obviamente por la carreteras federales. En auto los topes son molestos, en moto se vuelven insoportables.
Me pregunto: ¿Por qué existen los topes? , ¿Por qué en tal cantidad?, ¿Por qué todos son diferentes? Y finalmente ¿Quién los pone y quién decide dónde se ponen? Permítanme entonces lanzar algunas tesis sobre dichas preguntas y sacar algunas conclusiones.
Los topes existen porque son un medio para disminuir la velocidad de los automóviles que viajan por las carreteras o calles en puntos que pueden ser potencialmente peligrosos, para transeúntes y para los mismos automovilistas. Así que, mi primera pregunta queda contestada, pero hago una más ¿Son la única medida para lograr disminuir la velocidad y los riesgos de las personas? Creo que no, si hubiera educación vial y los sistemas de control y sanción adecuados, las señales de reducción de velocidad serían suficientes. También me pregunto ¿Los topes tienen algún impacto en costo y eficiencia?, creo que sí, el costo es alto si se suma la pérdida de tiempo, la contaminación adicional y el desgaste vehicular.
La cantidad de topes debe ser equivalente a la cantidad de puntos en los cuáles interesa reducir la velocidad: pueblos que se atraviesan, escuelas, pasos de peatones, entronques, cruces de ferrocarril, etc., pero en la realidad existen también en sitios que a veces no tienen tanta explicación: una zona de changarros de comida, un restaurante que busca atraer clientela, un vendedor de jugos de naranja, papitas y pepinos enchilados y hasta en un sitio donde hay un par de chicos vestidos de blanco pidiendo monedas para quién sabe qué causa. Resulta incluso inverosímil que tengamos a un ilustre ciudadano que se dedica a pintar y despintar todos los días un tope a cambio de recibir alguna contraprestación siempre voluntaria pero generosa. No resulta lógico que en algunos pueblos tengamos que sortear en menos de 100 metros unos 6 topes como si se tratara de las competencias olímpicas de equitación en la cual el mayor reto es el salto triple sin descanso para el equino.
Los topes son diferentes porque no existe una normatividad, un standard o algo parecido para su construcción o colocación. Existen ya los topes prefabricados que son muy fáciles de instalar y mantener, pero parece que cada artista refleja su personalidad en su obra. Los peores topes son los que son altos y poco anchos, ya que ambos ejes de llantas se asientan a nivel de pavimento haciendo inevitable el golpe en el inferior del auto o moto. Los mejores son los que tienen amplitud para asentar un eje a la vez, que no son tan altos y por supuesto que están bien señalados y pintados. Pero el mejor tope de todos es el que no existe.
Dicho esto me contesto la última pregunta. Es de suponerse que dado que las carreteras federales y las calles son propiedad de la nación y administradas por alguna entidad gubernamental, pues sería la autoridad de dicha entidad la responsable de construir o quitar un tope, previo un minucioso análisis de los pros y contras de ponerlo o aplicando una clara normativa. La experiencia nos dice que a menudo los topes tienen el nombre del niño o niña atropellado alguna vez y menos grave el nombre del perro que perdió la vida al querer alcanzar a su pareja del otro lado de la autovía. La “Sociedad” o “El Pueblo” son muy a menudo los realizadores de tan colosales obras, tomando la justicia por su propia mano al estilo Fuenteovejuna. No hay autoridad capaz de detener y poner en su lugar a un grupo de vecinos que se pone de acuerdo para poner un tope, su poder es inalcanzable. ¿No podrían usar mejor este poder para tapar baches?
Hoy circulaba todo Camino Real a Cholula ,mientras, pensaba las últimas líneas de esta columna, creo que es una de las peores calles de nuestras ciudades (Puebla y Cholula) y ejemplo perfecto de la mala planeación urbana, de la anarquía que prevalece en el asunto de los topes y por supuesto refleja la realidad de lo que somos como País: Preferimos invertir en más topes que en educación y cumplimiento de nuestras leyes de tránsito.
Esta columna es un “Manifiesto” para que empecemos a construir un País sin topes.

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